TEATRO DE FIJACIÓN:
UNA MÁSCARA QUE OCULTA LA REALIDAD
Primera Parte
Por: L. F. Nikho
Como todas las cosas, el teatro debería operar dialécticamente. Sólo que este sistema social capitalista
dominado por la burguesía, nos quiere hacer ver un mundo diferente; para ellos,
la sociedad ha llegado al estado ideal y supuestamente ya no tendrá más
transformación. A este aspecto
filosófico se le añade que para nosotros resulta más fácil aceptar las cosas en
su apariencia
inmóvil, pues llegamos a un mundo donde nuestra vida en comparación con
el tiempo del universo, resulta ser demasiado corta, pero la evolución no puede
ser negada.
De este concepto ideológico (y lamentablemente), el teatro echa mano y
se queda a favor de la necesidad burguesa.
Obras habidas y por haber, de toda estirpe, calaña y conjetura que se
suceden unas a otras, que se exponen , interponen y proponen, con una
superficialidad harto marcada por las tendencias que le dan mayor importancia a
la forma, quedando por encima de la lucha de clases sociales, son el pan
nuestro de cada temporada, festival o muestra.
Toda obra teatral responde a los aspectos económicos, políticos,
sociales, ideológicos y estratégicos que respondan y respalden una posición sistemática;
por eso, la pretensión del aislamiento busca imponer otra concepción burguesa
que respalda lo anterior: la fijación;
es decir, la inmovilidad, la no evolución, la negación de la concepción
dialéctica.
Por lo que llamamos “Teatro de Fijación”, a todo tipo de
teatro que por su forma y contenido (esencialmente
su contenido), buscan plantear un mundo sin historia donde lo que haya
sucedido o pueda suceder, es un caso aislado de las circunstancias sociales,
eliminando en su modo de planteamiento el cambio y la evolución. Con lo cual se
muestra un mundo fijo y sin resultado social, presentando a los hombres como seres individuales de trascendencia
personal. A través de la sugestión, se
quieren hacer ver mundos mágicos de posibles sueños; un mundo por encima de la
realidad, cuyos propósitos evidentes de maniqueísmo quieren apoderarse del
conflicto interno del espectador, de sus percepciones emotivas; manipulando y
tergiversando aún más, la primaria capacidad de análisis con la que cuenta.
Desde el escenario se empiezan a disponer una serie de artificios “psicotécnicos” con el fin de hacer más clara la irracionalidad
del absorto observador. La plástica, la
estética y el argumento, van horadando en las mentes del “querido público” cumpliendo el cometido de la fijación, el de que aquí no pasa nada, pues todo es tan
sólo un espectáculo.
Mundos imposibles que son mostrados como posibles, se van feriando al
igual que una mercancía, jugando con la realidad y al mismo tiempo,
enmascarando y maquillando las verdaderas posibilidades de un mundo equilibrado
por la justicia social.
El espectador sale obnubilado, como si hubiese sido tocado o
desgarrado por la cruda realidad de los humanos.
Su libre pensamiento ha sido borrado y sistemáticamente encaminado
hacia los propósitos de la quietud y el pacifismo, donde estratégicamente
entran a operar el desprecio por toda acción violenta y en cambio, la
aceptación del beneficio de moda para el burgués: la tolerancia. ¿Y qué es la
tolerancia sino, la aceptación generosa de los oprimidos para seguir luchando
en desigualdad de condiciones?
Miramos alrededor y nos vemos enfrascados en una guerra inútil,
inventada y vendida con doble fondo: consumimos la mentira y luego nos lanzamos
como hienas para asesinar a nuestro hermano de clase o verlo como el verdadero
y único enemigo. Mientras los burgueses explayados con sus panzas de parásitos alimentándose
del sudor de los trabajadores, proponen un mundo sin violencia en el cual se
puede competir libremente.
¿Dónde está a tolerancia, si hombres de la misma condición social son
obligados a tratarse como enemigos, el hambre estrangula las tripas, los
hospitales son cerrados y el desempleo certifica la delincuencia?...
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