Por: L. F. Nikho
El actor, principal “instrumento” del arte dramático, todo un dechado
de virtudes, cualidades e histrionismo y que en tantas ocasiones es visto con los pies
en el aire, también es un ser humano –aunque
no se crea-. Es más, primero es un
ser humano y social antes que cualquier otra cosa determinada por un presente y
después por un futuro. Aunque a muchos
actores se les haya olvidado que fueron paridos de un vientre humano (tal vez
de cuna humilde) y hoy por hoy desconozcan la realidad que les concierne, esa
misma realidad los refuta del mundo fantástico que los habita en la conciencia
tangible del cada día. Directa o indirectamente se van haciendo partícipes de los
sueños de Morfeo, hundiéndose en el más
profundo de los letargos; y es que el adormilamiento, el sueño predilecto de la
fama en que a veces se sumen, les obliga a desconocer la realidad.
Cada época ha tenido sus propios genios, sus artistas y sus villanos,
sus dimes y sus diretes. Pero comprobamos
a través de la historia cómo estos genios, artistas y villanos, son el
resultado del sistema social que les ha correspondido, y si no hubiese sido X o
Y genio artista o villano en particular, hubiera sido cualquier otro a quien
atribuirle lo que hoy le atribuimos a los que ya son reconocidos por la
humanidad. El sistema social de este
tiempo, ha procurado hacer de los artistas títeres descabezados; tal vez en
otras épocas también haya sucedido algo semejante, pero ahora es más grande el
descaro y mucho más revelado, se les ha usurpado lentamente la capacidad de
pensar y decidir, y así vemos como se va diluyendo paulatinamente aquel arte
más ortodoxo y menos superficial y cómo va cobrando vida una especie de
monstruo devorador de ideas tan impersonal como la vedette ocasional, o como el
fanfarrón engalanado que se cree diferente.
Entonces el actor contemporáneo se va sometiendo con una “inocencia
culposa” a todas aquellas nuevas reglas que los teóricos de turno –casi siempre
enfocados en las necesidades de ascenso en la escala social-, han inventado
previamente. Las nuevas teorías, son
nuevas opciones y el actor debe ponerse en medio como un ratón de laboratorio
para experimentarlas obedientemente y sin contradecirlas. En últimas, es el actor quien debe mostrar
los resultados del proceso, aunque otros sean quienes los pongan a la
disposición del consumidor.
La figura de una actor integral debe ajustarse a los requerimientos
del arte nuevo y se le permite pensar (claro está), pero todo enfocado desde la
realidad cognoscitiva que el sistema le va ofreciendo a través de sus
filosofías confusas y de una dramaturgia sin compromiso de clase.
Pero el actor no debe pensarse por encima del hombre en el sentido
metafísico de la existencia, ni de las circunstancias objetivas que le son
propias en tanto que es un ser social y consciente, ni considerarse fuera de
una u otra clase social, porque aunque se sienta neutral, su verdadera posición
le obliga a ser sirviente de las necesidades impuestas por el sistema mediante
sus métodos, argucias y maquinaciones.
Un actor que deja su cuerpo en el escenario, pero que la cabeza está
lejos de la realidad, no es más que una marioneta patética que necesita de las
ínfulas y la vanagloria de la fama como remedio edulcorante para creer que
existe, así sea en la entelequia o en el alucinante mundo de la utopía que
inventa. Pero la realidad es esa opresión que día a día
vive como ser social y como ser humano y ante la que debe revelarse para
destruir la utopía.
El aniquilamiento de sus necesidades básicas, lo llevan
inconscientemente a querer desear con cada vez más ambición todo lo que la fama
y la fortuna traen consigo.
Toda la raigambre de conocimientos del actor se ven supeditados
inevitablemente a lo que los demás quieran de él y no, a lo que necesitan, forzándolo
a los oscuros abismos de la ambición, porque siempre se verá atrapado por el
laberinto intrincado de la oferta y la demanda.
Al actor sólo se le ve y se le identifica desde el arte, en una forma
de selección con pinzas, desmembrándolo y separándolo de su condición humana,
sensible, intelectual y con necesidades como cualquier otro parroquiano. El actor visto así, desde esa perspectiva,
entonces no serà un ser humano sino, un alma que flota “esencialmente” hecha de
arte; un espíritu indefinido superior a los humanos; un ser sobrenatural todo
poderoso.
Aunque vengan los pararrayos y nos quieran mostrar la idea de un
teatro especulativo, no habrá fondo para sostenerlo; ya hemos dicho que el
teatro surge de los hombres, y los hombres, son seres sociales que no se pueden
colocar en planos especulativos.
El hambre y la miseria existen porque existe la desigualdad social; la
burguesía existe porque existen los proletarios y esto, para no ir más lejos,
no es una cuestión especulativa traída espontáneamente por un concepto reaccionariamente
burgués. Si somos los proletarios los
que estamos dados a cambiar el sistema social, será con argumentos contrarios a
los que hoy se plantean queriendo mantener el régimen.
Por eso, el actor oprimido y explotado debe procurar abrir su
conciencia y entender que primero es un Homo Sapiens que vive en sociedad y
después, todo aquello que el medio social le obliga a ser. El actor es un individuo que piensa porque
tiene un cerebro más desarrollado que otras especies (animales), y es lo que le
hace ser inmensamente diferente, es un ser que siente, que vive y que se
desarrolla en un medio social; es el resultado de ese medio social y vive, de
acuerdo a la forma económica de ese medio social. El actor es un hombre como todos: explotado,
arribista, consecuente, trabajador y creador; es el Homo Sapiens de nuestra era
que a fuerza de ser capitalista, tendrá que ser socialista en el momento
adecuado.