TEATRO ANTÍPODA

jueves, 21 de junio de 2012

CONTRA EL TEATRO...EL MIEDO PROVOCA LO TEMIDO Y OTROS DEMONIOS

Hace algunos días un amigo nos envió al correo electrónico dos artículos que nos parecen bastante importantes y que subimos al blog para que puedan ser analizados por nuestros lectores y saquen sus conclusiones. También consideramos necesario establecer una opinión como cualquier lector, no sin antes aclarar que no somos dueños de la verdad y que nuestro punto de vista no pretende ser mejor, es sólo un punto de vista.





    Contra el Teatro
Por: Héctor Abad Faciolince
Hay personas que les tienen fobia a los sapos, o a los aviones, o a las culebras. Yo le tengo fobia al teatro.
Héctor Abad Faciolince

Lo digo sin orgullo, casi con pena: ir al teatro me produce una aversión parecida a comer hígado de perro crudo. Los comediantes salen al escenario, gritan, manotean, hacen reír al público, y yo siento una mezcla de vergüenza ajena, rabia y malestar. Quiero salir corriendo. Sentado en la butaca no me meto en la acción: veo un espectáculo ridículo, caduco, un muerto en vida. Una antigualla que huele mal, una impostura. Los que odian los sapos, los que no soportan siquiera su vista, reconocen que el sapo es un animal inocente, inofensivo, incluso útil. Si a veces destila una leche venenosa, ésta puede producir eczema, pero casi nunca es mortal. También yo sé que el teatro es inocente, inofensivo, incluso útil, sé que su veneno no mata, y sin embargo me repele.
Para el fóbico, de nada vale la prueba racional de la inocencia del objeto de su fobia. Al que le tiene fobia a volar no le sirven las estadísticas sobre lo poco probables que son los accidentes aéreos. De nada le sirve que la culebra tal sea de las que no atacan a nadie; si tiene fobia por las culebras da lo mismo que pique o no. Al que odia el teatro no le importa que a él se hayan dedicado algunos de los mayores genios de la literatura: Shakespeare, Ibsen, Lope, Sófocles, Chéjov… Lo hicieron, sí, pero hace siglos, cuando ellos y el teatro estaban vivos, al mismo tiempo. También Homero era un genio, y escribió las obras cumbres de la épica, pero ¿a quién se le ocurre, hoy, hacer cantares de gesta?
Alguien con fobia al avión, en general, no tiene nada contra los pilotos en tierra. Yo no tengo nada contra los actores, críticos, escritores, empresarios o directores de teatro. Los festivales son dignos, los teatros heroicos. Los teatreros son personas, en general, tan inofensivas y útiles como los sapos. Sus obras destilan un veneno blancuzco que no mata. Fuera del escenario son simpáticos, inteligentes, cultos. Me caen muy bien, en un comedor o en una esquina, el Negro Aguirre, Ramiro Osorio, Anamarta de Pizarro, Carlos José Reyes, Ibsen Martínez, Gilberto ídem, Omar Porras, Sandro Romero, tantos otros: personas extraordinarias. Pero encaramados ya en el tablado de sus gestos, maquillados, disfrazados, se convierten en monstruos.
“No seas dramático”, le dice uno a un amigo cuando está exagerando. Los actores en el teatro —precisamente por lo falsa y poco convincente que es cualquier representación— tienen que exagerar, dramatizar: dan alaridos, lloran, la gesticulación se enfatiza para que pueda verse desde el gallinero, la voz es impostada, no hablan nunca como uno, parece que todos hubieran nacido en Chile o en Galicia, deben gritar incluso sus susurros. Si están bravos, parecen iracundos; si están tristes, se muestran desolados; si están contentos, deben parecer plenos, radiantes; cada sonrisa es una carcajada, la risa es ya una crisis epiléptica; un mínimo antojo se convierte en rijo. Por realista que sea el escenario, es siempre de mentiras. Por minimalista y desnudo que sea, todo montaje es mucho. Lloran, se empelotan, gruñen y, lo peor de todo (si es teatro moderno), involucran al público: pretenden que la gente de la platea se vuelva un actor más, tan malo como ellos. Te jalan del codo, te obligan a decir algo, te preguntan, te retan, te ofenden, te regañan, se burlan.
Al que le tiene fobia a los sapos, le fascinan los sapos, pero en láminas o en libro. También a mí me fascina el teatro leído. O trasladado al cine, con sus efectos de realidad cada vez más perfectos. Gozo con los dramas abstractos, leídos, o con ese teatro moderno que se llama cine. Como un homenaje al Festival de Teatro (que debe existir, y apoyarse, y protegerse, como los aviones, las culebras y los sapos), en estos días pienso leer a Arthur Miller, a Harold Pinter, a Molière. Pero al que me invite al teatro le contestaré en latín: vade retro.
                                             Elespectador.com

 (Esta fue la respuesta de Fabio Rubiano, publicada el primero de abril en su nuevo blog: hayteatro.blogspot.com. Respuesta a ‘Contra el teatro’. En forma de carta a Héctor Abad Faciolince por su columna contra el teatro).

       El Miedo Provoca lo Temido
Por: Fabio Rubiano


Fabio Rubiano
He conocido gente con fobias, y muchas veces lo peor que puede hacer alguien con esta patología es hacerla pública porque de inmediato comienzan a asustarlo con eso.

Las casas de las bromas están llenas de insectos, sapos, ratas, culebras, además de vergas, vaginas y excrementos de plástico. Todo en aras de producirle risa a alguien a costa del miedo del otro, del sufrimiento del otro. Los gestos de la gente que entra en pánico ante aquello que lo descontrola son impresionantes: la boca se tuerce para un lado que nunca imaginamos, los ojos se desorbitan, hiperventilan, se agachan como si fuera a caer una bomba; gestos que, según usted en su columna, son los que odia.

Lo paradójico es que queda la sensación al leer su penoso artículo, de que es usted quien hace los gestos a los actores cuando nadie lo está asustando, está sacando la lengua cuando no hay mimos persiguiéndolo, contrae los músculos de la cara y crispa las manos sin que se asomen por la ventana de su casa actores con máscaras griegas. Está haciendo muecas solo. ¿Cuál es la razón para que sea usted quien haga los gestos que tanto odia? Y los exhiba. Además está mostrando sus heridas, el desorden de sus neurotransmisores (las fobias lo producen), sus trastornos, ¿para qué?, ¿para que lo compadezcan, lo perdonen?

Para las fobias hay tratamientos. Bien podría curarse y volver algún día a teatro. Va a tener que ver muchas obras malas para alcanzar una buena, así sucede también con la literatura. Y sí, lo sé, hay gente que dice que la novela ya se escribió y que no hay que escribir más, de la misma manera que usted dice que el teatro ya no está vivo. Afirmaciones temerarias, pero ya de lugar común, como el fin de la historia, fin del arte, fin del fin. Apocalípticos de catálogo.

Al ver el título me emocioné, pensé que había argumentos sólidos, pero casi de inmediato llegó la sorpresa y la vergüenza. Habla usted del amor al cine donde no hay esos gestos feos del teatro que le crispan. Si tanto horror le producen, supongo que odiará el cine expresionista de los años 20 donde nada de lo que allí sucede se parece a la realidad, que es una de las exigencias que usted hace, o intuyo que detesta Kusturica por lo antinatural de la gestualidad, o que también siente fobia con algún Kurosawa. En su reemplazo asumo que disfruta más las películas basadas en novelas de Jane Austen o las hermanas Brontë, donde todo es muy limpio y los gestos medidos.

En esa misma línea sospecho que no disfruta usted la pintura de los expresionistas, o de los objetivistas como Otto Dix o Gorge Grozs, o que no aguanta ver a Lucian Freud o a Odd Nerdrum donde ahí sí que hay gestos grandes y feos (para usted, no para mí), y que prefiere cuidarse su fobia viendo a los que “no hacían gesticulaciones enfáticas y sí sabían como era que se pintaba”.

Imprecisiones

Hay que aclarar, entre otras cosas, las imprecisiones frente al teatro que aparecen en el artículo. Hay gente que compra sus libros y lee sus columnas, entre esos yo, y pueden quedar con información errónea.

1. Homero no escribió teatro, de hecho no escribió nada. Narraba, y como era ciego, a lo mejor también haría muecas repugnantes para los fóbicos de los gestos. Los cantares de gesta se hicieron casi 20 siglos después de Homero. Eso usted lo debe saber, no sé por qué lo confunde.

2. Cuando dice que a quién se le ocurriría hoy hacer cantares de gesta, recuerdo que fue lo mismo que le dijeron a Cervantes cuando escribió una novela de caballerías en una época en que el género ya estaba pasado de moda. Hay gente que escribe lo que está de moda en el momento oportuno. Los de teatro por lo general hacemos no lo que esté de moda, sino lo que creemos que es necesario.

3. Los actores de cine que usted admira pasaron por escuelas de teatro, y la formación no consistía en tirarse al piso y empelotarse, eso es básico, eso es un comentario de matrona del partido conservador. Hay muchas más cosas que hacer, con emociones o con técnica, años de trabajo. Esos grandes actores de cine no son actores de cine, son actores, y siempre regresan al teatro. Mínimo una vez cada año, decía Mastroianni, y el consejo lo siguen muchos. Lo hace Philip Seymour Hoffman hoy en día (está en cartelera con “La muerte de un agente viajero de Miller”), lo hace William Dafoe permanentemente con el Wooster Group. Los pocos buenos actores que hay en nuestra televisión ¿adivina usted de dónde salieron?

4. Aquello de que el teatro moderno involucra al público es una afirmación destemplada. Ese teatro moderno del que usted habla es de los años 60 y 70 con el furor del Open Theater o el Living Theater. Hoy en día eso no es para nada común, se usa en algunos espectáculos de calle o en números de payasos o magia. Espectáculos como “Fuerza bruta” o “Villa Villa” sí involucran a los espectadores; a veces descienden del cielo actores con arneses y se llevan consigo algún espectador. Las colas para verlos son interminables y los asistentes ruegan por ser ellos los “elegidos” para volar. De antemano saben a lo que van.

Con la Fura dels baus, agrupación catalana, uno está advertido de que en algún momento el teatro se puede incendiar, hay obras con encierro, incendio y bomberos. A mí no me parecen los mejores espectáculos en cuanto a lo esencial del teatro, pero supongo que en este último caso, cuando usted está entre las llamas y llevado en brazos por un bombero actor, sí se cumplen sus expectativas de verosimilitud.

5. Dice usted que el teatro es falso. ¿Me podría decir qué obra de arte no lo es? Primera clase del primer día: el arte no es la realidad, es una construcción poética, lírica, dramática…etc. De hecho la realidad también es falsa, todos los días se dicen verdades que no lo son.

6. El teatro no es como usted dice inofensivo, ni inocente, mucho menos útil; cuando se vuelve útil deja de ser arte. Ni siquiera fue útil cuando cumplía funciones pedagógicas en el siglo XIX en Colombia. Es un trabajo minucioso, puntual, de corrección permanente para que se vea exactamente lo que se quiere decir, para poder ser lo suficientemente ético en lo que se plantea, para no estar al servicio de nadie, no ser útil para nadie. No es inocente, porque lo que se diga y haga puede insultar, o asustar, como a usted; y no es inofensivo, muchas veces ofende. “Casa de muñecas” ofendió a la sociedad noruega; “Las brujas de Salem”, a la norteamericana; todo el teatro abierto argentino ofendió a la cúpula militar, por eso les incendiaron el teatro; La Candelaria ofendió también y varias veces fueron allanados y les confiscaron los fusiles (eran de madera, de utilería).

7. El cine no es teatro moderno. El cine es hijo del teatro, lo que pasa es que es un hijo que se volvió rico y a pesar de todo siempre regresa a casa a pedir consejos. El cine muestra, el teatro alude, evoca. No montamos en un escenario cien soldados a caballo, pero hacemos que se sienta que ya van a entrar. En el cine de hoy tampoco son de verdad, lo siento. Las tropas multitudinarias son por computador, ojalá eso no lo aleje también de las salas de cine. Ah, y las muertes son de mentiras y la sangre también. Como en el teatro.

Tratamiento

Solo espero que usted haya escrito eso por congraciarse con alguien, o por apresurado, por cumplir con su columna. Quiero pensar eso, que en medio del apresuramiento cometió errores no solo históricos, de concepto y de argumentación, sino de redacción, como unir Homero y cantar de gesta. Ojalá algún día rectifique.

El teatro es más de lo que usted dice. Y los actores son más que sapos. De hecho, han sido los menos sapos con el establecimiento y con los poderes económicos.

Yo le tengo un poco de miedo a ciertos sapos, y podría pensar que al escribir usted un artículo (con gesto y muecas de alabanza) a Julio Mario Santo Domingo, en el momento oportuno, se comportó como un sapo, y podría pensar también que ese es el único teatro que le gusta, el Julio Mario, que ante él no haría gestos de pánico sino reverencias. Si ese gesto cercano al de un sapo no me dio miedo, debió ser porque uno de los tratamientos efectivos contra las fobias es la exposición a lo temido, o porque tal vez usted no lo sea.

De todas maneras lo invito a que se trate.

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 Ni Tanto que Queme al Santo…
Por: L. F.  Nikho

 Tratando de entender las dos posiciones que sin duda nos ponen en un buen tema de discusión, casi que habría que tomar partido y como personas de teatro, “afirmar” que Fabio Rubiano tiene la razón y que Héctor Abad Faciolince, está totalmente desenfocado.  Pero esto no se trata de camaradería ni mucho menos de ser reaccionarios.  Ante semejante despotricada que Héctor Abad Faciolince hace del teatro, es casi una obviedad refutar por inercia cuando el derrotero de la vida nos lleva a tener alguna experiencia en este campo del arte, la cual, por supuesto, nos hace (desde cierta perspectiva), también tener un lugar común que más adelante veremos.

Para Héctor Abad Faciolince, ir al teatro le produce una aversión parecida a comer hígado de perro crudo (¿Tal vez si cocinaran al perro se comería el hígado?), siendo ésta en apariencia, una comparación que se nos antoja un tanto discriminatoria, discutir sobre una cuestión de gustos es algo complicado, cada cual puede sentirse atraído o no por cualquier cosa y explayarse en sus ideas para contarlo; ya es infortunio y riesgo propio, hablar sin elementos de juicio de las causas que le acongojan, y someterse al ridículo de la insensatez, al fin de cuentas, hablar por hablar es algo que no ha pasado de moda y aún está permitido.
Entre gustos no hay disputas, y sólo por cultura general diremos que en países del oriente la gente come hígado de perro, vesículas de culebras, sesos de mono y hasta el mismo perro; pero tal vez también algún día  nosotros –los de occidente- tengamos que comer cucarachas, arañas y escorpiones, cuando el hambre nos acose y la cultura no sea comparada con una aversión.  Aunque, ¿quién puede afirmarnos que nuestros antepasados no lo hicieron de un modo común y silvestre sin buscarle pelos a la sopa?  Hoy en día hasta en las mejores familias de las fincas se come chucha (zarigüeya), armadillos y dizque caldo de gallinazo para curar el cáncer… -cuestiones culturales-.  Pero los más “exquisitos” se chuparán los dedos con las cazuelas de caracoles, las ancas de rana y cosas por el estilo… -¡cuestiones culturales!-.
Ahora bien, yéndonos al grano de lo que nos concierne, tomaremos algunos puntos referentes y expondremos nuestra humilde opinión que como dijimos anteriormente: no es la verdad revelada:
Dice Héctor Abad Faciolince:
“Los actores en el teatro —precisamente por lo falsa y poco convincente que es cualquier representación— tienen que exagerar, dramatizar: dan alaridos, lloran, la gesticulación se enfatiza para que pueda verse desde el gallinero, la voz es impostada, no hablan nunca como uno, parece que todos hubieran nacido en Chile o en Galicia, deben gritar incluso sus susurros. (…)”
¿Y qué se hace en el teatro? Hablar duro, aullar, impostar la voz, fingir, suponer, susurrar  con gritos, exagerar, ser ridículos y ridiculizar, entre muchas cosas más. ¡Se actúa!, es la propiedad del teatro, es su instrumento.  El arte dramático es lo que es por su esencialidad que lo determina, o si no, sería otro tipo de arte y con otras tendencias tal vez para algunos con las mismas ridiculeces, absurdidades, pendejadas y desnudeces que, si se tratara de discutir la forma, nada habría que hacer, pues cada cual tiene el libre albedrío de parir el arte como puede y quiere, y cada quien lo consume si le da la gana y si también puede.
En cuanto a que el teatro resulta ser “incluso útil” (dice Faciolince), pues claro que el teatro es útil -no incluso-, (contrario a lo que afirma Rubiano que suprime su utilidad), pero también es servil, eso según como se ponga a producir.
Que sea útil o no, que sea servil o no, es cuestión de mera especulación, ya que queda implícito en los resultados finales de cada representación, independientemente de que los objetivos de quienes tienen que ver con el espectáculo, se cumplan o no.  Desde luego que algunos percibimos en el teatro una forma entretenida y didáctica de apoyar las luchas sociales de los oprimidos y por ende es necesario; otros lo ven como un simple espectáculo de risas, un drama catártico, y hasta un “circodrama” de la pirotecnia, el malabarismo y la contorsión.  Pero el teatro (ya lo hemos dicho en otras ocasiones) no actúa por sí solo, no es un ser que tenga vida propia o algo divinizado por fuera de toda realidad y cuyos objetivos sólo sean los del arte.  El arte por el arte es una falacia que no necesita ser escudriñada, sino revelada.
Acaso Faciolince sea un neófito del teatro y habrá de entendérsele desde esa perspectiva, nadie tiene por qué ser experto en la materia, claro está que cuando se es neófito, lo común (o el sentido común) no es emitir juicios a priori para no parecerse a un sabiondo rebuscado o quizá, a un crítico reprimido que critica a diestra y siniestra basándose en nombres y fechas como las mayúsculas de un diccionario sin hacer razonamientos detrás de las palabras.  Habría que especular simplemente, que Héctor Abad Faciolince, como espectador, ha tenido que presenciar espectáculos muy malos y que en su vana suerte ha terminado por sacrificarse al masoquismo o que definitivamente, sólo habrá presenciado unas dos o tres piezas con las que ya generaliza el arte de la dramaturgia y su entorno.
Una actuación puede parecernos verosímil o no, eso depende de varios factores que tienen que ver más con las técnicas teatrales o con las buenas y malas actuaciones, que con el fin específico del teatro.
En palabras de Bertolt Brecht sobre el realismo:
  “Debemos tener cuidado de no adscribir “realismo” a una forma de novela particular que pertenece a una época determinada, como por ejemplo la de Balzac o Tolstoy, hasta el punto de establecer criterios puramente formales y literarios de realismo.  No debemos sólo restringir el uso de “realismo” a los casos donde uno puede, por ejemplo, oler, ver o sentir lo que se representa, donde la “atmósfera” es creada y las historias se desarrollan de forma que los personajes se desnudan sicológicamente.  Nuestra concepción de realismo debe ser amplia y política, libre de restricciones estéticas e independiente de convenciones.  Realista significa: que pone al desnudo la red de causas de la sociedad: que muestra el punto de vista dominante como el punto de vista de la clase dominante; que escribe desde la posición de la clase social que ha preparado las soluciones más amplias para los problemas más apremiantes que afligen a la sociedad humana; que enfatiza las dinámicas de la evolución y que es tan concreto que inspira la abstracción.”
Es que ni el tablado de un escenario teatral es la propia Roma, ni la indumentaria del tiempo de Galileo lo hace ser Galilei;  ya sea desde la técnica de Stanislavski o desde el distanciamiento de Brecht.
Si Faciolince quiere realismo no debería remitirse a ningún arte, lo que debe hacer es abrir la puerta de su casa y salir a las calles, sentir el olor contaminante del aire, untarse de pobreza y llenarse de argumentos, de ahí en adelante todo es real, incluso la actuación: los gruñidos y chillidos de los actores, el escenario, las risas y carcajadas del público, claro, desde el contexto de la obra teatral; los cuadros de Matisse tanto como los relojes de Dalí; las obras de Buñuel como la actuación de Fabio Rubiano o las películas de Tim Burton.  Todo eso es real.  ¿O quién discute que la pantalla del cine no es real tanto como los trazos de las pinturas y la acción muscular de los actores para poder reírse, llorar o deprimirse?  Y si no es así, bienvenido a “Fantasmagoria”, donde seguramente lo que está muerto o casi muerto, caduco, hace reír, aburrir, deprimir, sentir pena ajena y hasta llorar; también debería curar de masoquismo.
Hay que reconocerle después de todo a Faciolince que hay espectáculos teatrales demasiado aburridos, estériles de una buena actuación o que sin ser teatro sean ubicados en él; hoy en día cualquier cosa es llamada arte, cualquier sonido es música, cualquier mamarracho es dibujo… cualquier alarido es una canción.
A pesar de estar de acuerdo con casi todo el argumento de Fabio Rubiano, dejamos un serio reparo cuando afirma:
“6. El teatro no es como usted dice inofensivo, ni inocente, mucho menos útil; cuando se vuelve útil deja de ser arte. Ni siquiera fue útil cuando cumplía funciones pedagógicas en el siglo XIX en Colombia. Es un trabajo minucioso, puntual, de corrección permanente para que se vea exactamente lo que se quiere decir, para poder ser lo suficientemente ético en lo que se plantea, para no estar al servicio de nadie, no ser útil para nadie (...)”
¿Acaso no está defendiendo el arte por el arte?  ¿No estar al servicio de nadie? ¿No ser útil para nadie? Oopss, aunque aquí no nos sorprendemos, pues ya en anterior ocasión, en un conversatorio que hubo en el teatro Los Fundadores en la ciudad de Manizales, y con motivo del Festival Internacional de teatro (hace unos cinco o seis años), donde fueron invitados como expositores Fabio Rubiano, un actor y un director argentinos, para hablar sobre Bertolt Brecht, escuchamos del propio Fabio Rubiano en su intervención cuando dice muy horondo que las clases sociales ya no existen y que por tanto, las luchas de clases tampoco, que ese era un cuento mandado a recoger, mientras sus contertulios animados por semejante exabrupto replican: “cuando éramos jóvenes, se nos decía que si a los veinte años uno no era socialista era un huevón.  Ahora, estando viejos nos dicen: -si sos socialista, sos un huevón”.  Vaya, (decimos nosotros): el uno niega la historia y los otros dejaron de ser huevones.
Para colmo de males, centraron su conversación en las formas brechtianas: las espaditas de madera, los copos de nieve que eran de papel, la luna menguante significada por un foco detrás de una cortina y dizque una preparación actoral del Berliner Esemble con la técnica de konstantin Stanislavski.  ¿Qué diría el viejo Brecht si escuchara esto último?  Además, entender a Brecht, es ir primero al marxismo, luego al teatro y por último, al teatro brechtiano que es marxista por antonomasia.
Bueno, ni tanto que queme al santo ni tanto que no lo alumbre; sólo nos resta decir de nuevo: “que cada quien saque sus propias conclusiones”.