En Búsqueda de Aficionados
Por: L. F.
Nikho
El capitalismo
requiere de producciones cada vez más
elaboradas que satisfagan las necesidades previamente creadas en el
público; el entretenimiento (léase aletargamiento), tiene que cumplir toda una
serie de imposiciones sistematizadas que encajen perfectamente en las
normativas del sistema, para que pueda
ser consumido (léase devorado) y aceptado.
No es raro escuchar a la crítica teatral (que en todo
caso es burguesa o formada en su academia), lanzar profundas voces de
preocupación por la escasez de producción dramática original; consumados por la
repetición de la repetidera, tratan de encontrar nuevas tácticas para mantener
al público en la sin razón, y acuñar obligadamente dizque “nuevos conceptos” que vergonzosamente para ellos, siguen siendo los
mismos.
Las adaptaciones están sobre la mesa en actitud de
espera, mientras algunos dramaturgos se apiadan de alguna obra del pasado para
contemporanizarla y aplicarla a las situaciones actuales, otros más perezosos o
tal vez, menos creativos, “reencauchan” a Calderón de la Barca, William
Shakespeare, o a Eurípides, esto por poner algunos ejemplos, en un afán
desmesurado por llenar el espacio que no es ocupado por la originalidad.
Pero la realidad es inevitable y las crisis del
capitalismo son el mejor espejo para demostrarlo, ya no hay algo nuevo que
inventar para el arte dramático al servicio del sistema; todo resulta añejo
mientras se siga desconociendo el precepto del materialismo dialéctico y su
relación con las ciencias y las luchas sociales que nos enseña el marxismo.
Por lo tanto, gran parte del teatro actual está
obligado a una crisis que se hace compleja por sí sola y que es circunstancial
a las crisis del sistema capitalista.
Los grupos aficionados de teatro, difícilmente podrán
mantenerse mientras sus ideales estén encaminados hacia la fama, cuyo concepto
es aburguesado y la burguesía, a pesar suyo, tiende a desaparecer. Con mayor
razón en países tercermundistas donde el
presupuesto cultural es ínfimo y otros medios de comunicación de más fácil
acceso como la televisión, han ido desplazando paulatinamente las necesidades
culturales de nuestro tiempo.
El embotamiento conceptual de los grupos aficionados,
los obliga a pensar que su producción debe perpetuarse hacia un arte de
entretenimiento nada más, sin importar qué ni cómo lo hagan. Una técnica teatral servil va diluyendo las
aspiraciones de los grupos teatrales aficionados, y ubicándolos en una fila de
espera, para que puedan salir a la luz pública y lleguen a ser reconocidos sirvientes del capitalismo,
soldados del embrutecimiento, payasos de la democracia.
De manipulados, pasan a ser manipuladores;
convencidos ciegamente del progreso, invadidos por una amnesia desdichada de un
pasado frustrante, se van sintiendo triunfadores de un mundo feliz que por fin
les abrió las puertas engañosas de la fama; ahí, encuentran el oasis para el
delirio febril de su espejismo y la mentira “triunfa” sobre la verdad, aunque
sólo sea por lapsos de tiempo.
Claro, esto puede aplicarse en el caso de un grupo
abrazado por la “suerte” o porque
resultan haciendo las cosas como precisamente el sistema capitalista necesita.
Sin embargo, mientras los acontecimientos sigan siendo como son ahora, habrá muchos
grupos que se quedarán en la clandestinidad y otros, morirán sin haber pisado
un escenario.
En cambio, podemos asegurar un mejor porvenir para
grupos que llevan una labor educativa al público proletario y campesino, donde
las fuerzas se están modificando dialécticamente y son responsables de la
transformación.
La tarea por lograr grupos teatrales con posición de
clase política e ideológica al servicio de los oprimidos, se hace más difícil
si se tiene en cuenta la desventaja económica con la que cuentan, pero éste no
debe de pasar de ser un obstáculo franqueable a un problema sin solución. Un grupo con perspectivas de transformación,
debe o debería apoyarse en las masas populares proletarias y campesinas y en las organizaciones que están al frente de
la lucha. Buscar apoyo de una manera
significativa por parte de las entidades burguesas, es como pedirle peras al
olmo, máxime, ante una política reaccionaria y fascista que quiere conservarse. Aunque esto no es del todo cierto (a modo de
contradecirme), ya que el arte revolucionario de este tiempo se ha estancado y
no representa por ahora una fuerza que le haga verdadero contrapeso al aparato
burgués por lo que no se le presta mucha atención desde la represión (en este
aspecto tendríamos que ser más tácticos y aprovechar el asunto).
Toda organización que de alguna forma luche por las
necesidades de los proletarios, está en el deber y la obligación de promover,
fomentar y ayudar a todas aquellas ideas y acciones que promulguen una
educación popular para el conocimiento de la realidad social; deben apoyarse
unos y otros como complemento de la misma causa, sin desconocer en ningún
momento, la posición básica del marxismo como ciencia de la lucha de las clases
sociales y eliminar los conceptos amañados y convenencieros de organizaciones que trabajan malintencionadamente, bajo el
sello falsificado de las causas proletarias.
Con este estado de cosas, los grupos aficionados de
teatro deberían empezar a educarse con los fines de la clase del proletariado,
donde seguramente tendrán mayor acogida y luego revertir el conocimiento en
forma de arte al mismo proletariado y olvidarse del fantasma de la frustración. Deben empezar a eliminar el concepto burgués
del teatro y dar cumplimiento al proceso depurativo, que les llevará a
encontrar la verdadera esencia y los desligará de la forma aparente de un teatro destructivo y opresor.
Los grupos profesionales, así como los actores, los
directores y los dramaturgos, al fin y al cabo, ya están contaminados por la
experiencia de la fama y es en ellos donde encontramos a los más fieles y
tercos aduladores del sistema, que van promulgando doctrinas esnobistas “cada vez más nuevas para ellos”, de
liberación y cambio como quien vende el elíxir de la juventud, o la quinta
esencia del teatro, con formulaciones subjetivas fuera de toda ciencia.
A éstos es mucho más difícil de rescatar, salvo
contadas excepciones, pues ya en la cabeza, el callo de la ambición capitalista
les ha borrado la libertad de pensar, bajo el grandioso nombre de Teatro
Contemporáneo, que ya hace escuela desde el siglo pasado y que sin duda,
como el sistema capitalista, tiende a
desaparecer y sólo servirá de anécdota dentro de algunos años. Un teatro que ha confundido su entorno y
época en un desesperado afán por mantenerse; una guerra sin cuartel hacia las
tendencias; una desmesurada búsqueda de la modernidad, porque el ser moderno es
tener la razón, según las nuevas visiones capitalistas de la tan mentada
globalización, que realmente quiere decir: ensanchamiento
del poder capitalista.
Sin quererlo y muchas veces sin saberlo, los grupos
teatrales se llenan de una imposibilidad artística que les hace mella en la
degradación social. Se encandilan de conocimiento
falso y erradamente terminan defendiendo a todo un aparato que jamás les
permitirá llegar al poder.
Sobre la regla estética las universidades van
encausando hacia la fila de los ejércitos de artistas sin conciencia de clase,
cúmulos y cúmulos de nuevos discípulos de la vanguardia contemporánea; “desclasados”
que naufragan en el mar de espera de las oportunidades; irreverentes genios de
la irracionalidad y fingidos héroes del compromiso. Así con el tiempo, y con mucha dedicación, el
nuevo arte puede contar con suficiente masa encefálica capacitada para la
producción creadora del embelesamiento.
Aunque en nuestros días el gran arte ha ido perdiendo
su esencia creativa y el glamur de una tetas y un culo bien formados, además de
un pecho musculoso y el mentón de un macho viril bien proporcionado, han
desbancado a los talentosos forjadores de la actuación que quizá en algún
momento fueron rescatables, las esperanzas no son vanas hacia el futuro del
cambio y de un mundo justo y equilibrado.
La intelectualidad de los pensadores progresistas que admiten el cambio
de la sociedad, no puede verse opacada por quienes niegan el sentido cognitivo
de los hechos que diariamente la naturaleza expone, a mucho pesar de los
famosos idealistas que opinan lo contrario.
Ni qué decir de la literatura dramática, a la que han
asesinado despiadadamente con una fraseología absurda, acomodada e impuesta
como parte del esnobismo actual que hay que soportar porque es la nueva forma
de identificación de los jóvenes de hoy.
Más bien (diríamos algunos), un lenguaje calamitoso de excesiva
inconcordancia que es el orgullo y el deleite de las promesas lingüísticas de
este tiempo.
La lucha inicial debe efectuarse hacia el rescate de
los grupos aficionados de teatro que, aunque el entorno del sistema les ha ido
forzando una manera de pensar, aun conservan una esencia de inquietud e
inconformismo a pesar de que éste sea acientífico. Hay que madurarlos con paciencia y edificar
en ellos las bases de la conciencia social.
Con la organización de programas educativos y la formación de escuelas de
arte al servicio de los proletarios y los campesinos, se dará un gran paso
hacia las metas propuestas que buscan un mundo mejor.
Antes que despreciarlos, hay que cobijarlos y estratégicamente
ponerlos sobre el camino de la razón.
Con programas de formación ideológica y de formación
artística con la visión de las necesidades del proletariado, debe tratarse de
cultivar mentes frescas que puedan mantener el espíritu educativo de una
sociedad que está obligada a buscar el cambio.
Mientras tanto, dejémosles a los fanfarrones del
pobre teatro de la fijación, un camino expedito hacia el fracaso, la
humillación servil y la ignorancia fantasiosa.
Pues ellos, que hoy piensan de nosotros los artistas proletarios como si
fuésemos los ignorantes, los pasados de moda, los panfletarios, algún día
tendrán que lavar su ropa sucia en las purificadas aguas que hoy nosotros
proponemos.
Ya desde hace tiempo venimos dando los pasos hacia un
teatro proletario; nuestra razón y causa, se han venido fortaleciendo tomando argumentos
de aquí y de allá, en franca lid contra los diferentes conceptos que a mi modo
de ver, resultan anticuados para la lógica diaria del materialismo dialectico
confirmado por la ciencia. Y es que el
negarnos en la era científica del marxismo y pretenderlo enterrar “como una
doctrina sin causa actual”, nos haría ver como cavernarios abismados en un desentendimiento
primitivo de la naturaleza.
Quizá Meyerhold, Piscator y Brecht, no dieron los
primeros pasos en lo que al teatro se refiere, pero sí empezaron a dar los más
importantes en cuanto a la lucha social a través del teatro como conciencia
puede dar.
No queda como
especulación este propósito que guarda la firme esperanza de hallar eco en una
realidad futura y necesaria…
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