No
se trata de que el teatro haga una copia exacta de la realidad, “un clon”. El asunto de la complejidad relacionada entre
texto literario y puesta en escena, va más allá que la simple y dogmática
concepción de Realismo; pues es
innegable que a la hora de ponernos en ciernes con la práctica, las cuestiones
inmediatistas de lo interpretativo nos conducen por caminos totalmente
diferentes a lo que esperamos.
Una
obra dramática en cuanto a literatura se ciñe por ciertas normas que la hacen
ser tal, sin embargo, la contextualización a la realidad puede variar según los
puntos de vista de quienes se dediquen a llevarla al escenario. Es así que de modo imperativo y teniendo en
cuenta la necesidad de un arte dramático con sello de clase, quienes nos
dedicamos no sólo a escribir sino también a llevar a cabo lo escrito en
escenarios, busquemos “intelectualizar”
el conocimiento del entorno social y la lucha de clases. Es que cualquiera puede exponer sus puntos de
vista, cada cual es libre de hacerlo, pero aun así, no debemos estar por el
mundo con la gracia de hacer por hacer y sólo por querer hacer; el auge de la
rebeldía puede ser canalizado a favor de un arte social comprometido pero científico. Es preciso que nuestra literatura dramática
no se quede en una buena intención o en un simple adorno estético del que los
demás se admiren o satisfagan embebidos de belleza, hay que descorrer el velo y
trascender la letra literaria en acción artística.
Hay
que evolucionar –si se quiere-, a que el arte no solamente es esteticismo,
forma y concepción personal; si fuese así, seguramente no habría críticos,
paredes y oídos para exponer las realizaciones.
La objetividad del arte no es necesariamente la transgresión del
individuo a lo impersonal, sino, la necesidad que el individuo tiene de
asimilar y entender las relaciones sociales de las cuales es partícipe directo,
intrínseco y consecuente; y entender significa tener la capacidad de
transformar.
La
obra dramática llevada a cabo, es decir, puesta en escena, debe adquirir un
compromiso serio y decidido que esté constantemente a la par de las necesidades
sociales, y ese compromiso ha de ser necesariamente metódico ya que la
conciecia en el teatro es una cuestión de método. Por eso insistimos en que la realidad no debemos
plantearla como una fotografía ante nuestros ojos, sino, como un algo que puede
ser cambiado; hay que especular con las posibilidades de lo que es concreto en
apariencia y así comprometer al público hacia su propio entendimiento como el ser
social que hace “girar al mundo”.
Hacer
teatro comprometido, no es exponer un cúmulo de acciones subjetivas que tienden
a decir qué o cuál situación se vive en determinada actualidad; es
imprescindible que hallemos diferentes metodologías que levanten escozor y
busquen concienciar, no aceptar pasivamente o ahogarnos en un mar de lágrimas
porque eso que vemos en el escenario es lo que vivimos, o porque reneguemos de
todo al estilo anárquico como lo hacen tantos jóvenes de las universidades hoy
en día que finalmente son rebeldes de ocasión, aves de paso, esnobistas de la
rebelión. El compromiso está supeditado
a una posición, a un querer hacer y seguir haciendo, a una búsqueda racional
del cambio y del interés de clase. El teatro
social es indispensable de una enfundia
proletaria, de un brío capaz de estremecer la sensibilidad de la inquietud, de
la pregunta y de la reflexión; algo así como el ensimismamiento que produce la
inspiración interna tratando de encontrar la solución a un problema; dejar
clavada la inquietud, el paradigma, la picazón, la espinita que hay que sacar
sea como sea.
Entonces
esa relación de la cual hablábamos inicialmente, la relación entre el texto
literario y la puesta en escena, nos implica en un despojarnos de “al pie de la
letra” a la hora de producir una obra teatral.
Por lo que es tan importante poner en marcha la imaginación de la que
tanto se alimenta el artista y además, agregarle un denodado estudio para el entendimiento
de la lucha social de clases.