Por:
L.F. Nikho
Puede
que nos hayamos vuelto incisivamente críticos pero no injustos. Hay quienes defienden las teorías de un
teatro corporal, místico y ceremonial donde el cuerpo y solo el cuerpo del
actor, es lo más y si se quiere, lo único importante en la representación
teatral; ya está estipulado por Antonin
Artaud con su “Teatro de la Crueldad”
y por Jerzy Grotowski con su “Teatro Pobre”, que la palabra
prácticamente sobra en la representación escénica, en cambio, debe (según
ellos) ser reemplazada por la expresión corpórea como máximo acontecimiento del
hombre para vomitar en catarsis todos los demonios que lleva dentro.
Sin
embargo, si atrevemos ir un poco más allá, y a lidia de cansar con la misma
idea, repetimos que es precisamente por no ser revolucionario, que la burguesía
llama Teatro Revolucionario a las famosas ideas “vanguardistas” de quienes ya
nos hemos referido más arriba, la razón no hay que hallarla en los más complicados
tratados de filosofía, basta entender sencillamente, que este tipo de teatro
(seudo-revolucionario), no representa ningún peligro para la opresión.
¿Qué
tiene de revolucionaria una obra teatral donde el hombre (el actor) contorsiona
su cuerpo al límite de las posibilidades que un entrenamiento previo y adecuado
ha realizado, y, cuyos arabescos y malabarismos sólo nos están expresando hasta
dónde puede ser capaz el hombre de dominar su flexibilidad y hasta dónde puede
compenetrarse con la música y el ruido? Obviamente
que el espectador es llevado al asombro, pero este asombro no es más que una confusión
interna que luego será reemplazada maquinalmente por una idea de aceptación
catártica y absurda.
Al
teatro callejero no le han quedado más recursos que los sancos y la herencia
circense y burlesca que a veces en la improvisación del payaso o del mimo, o de
una simple escena muda “enriquecida” por el símbolo, especula con atisbos de
esencia teatral. En otros casos,
múltiples situaciones que no se sabe si hacen parte del arte del teatro o “del
relleno teatral”, se vinculan a la escena como la nueva técnica y,
curiosamente, la palabra ha sido exterminada, pulverizada, reemplazada por la capacidad
corporal ya sea en el malabarismo del circo, la danza contemporánea o finalmente
en el teatro CRUELMENTE POBRE
(espero se entienda el sarcasmo). Creo sinceramente
que las academias ya no necesitan de instructores de la voz cuando se trate de
hacer teatro, para tal caso, es mejor que contraten expertos ingenieros de
sonido y por qué no, dramaturgos que sólo sepan escribir en jeroglífico.
Definitivamente
no sé de qué nos enorgullecemos tanto, después de cada festival teatral; me
imagino que los números estadísticos son más importantes que la esencia del
teatro. Pues se hace más relevancia a
cuántas compañías se contrataron, cuántas obras teatrales en sala y en la calle
se presentaron, cuánto público asistió, etc., que al contenido y lo que quedó
después en la conciencia del espectador.
Es
que el teatro no es el acto del equilibrista del circo ni el del contorsionista;
tampoco es ni se le debe confundir con la danza contemporánea ni el “tragafuegos”
de la calle. Sin duda que estas artes u
oficios han de contribuir de algún modo en la escena teatral pero no son el
teatro (y teniendo cuidado de que lo representado diga algo lógico y no ambiguo
y sin sentido). Entonces, no se entiende
por qué razón se contratan para los FESTIVALES DE TEATRO grupos,
compañías e individuos que más tienen que ver con el acto circense o el arte de
las danzas, que con el teatro propiamente dicho.
¿Acaso
no sería mucho más valioso que ese presupuesto económico se utilizara en grupos
aficionados que puedan empezar a desarrollar un palmarés, o en la creación de
escuelas en los lugares donde la cultura sólo se asoma en forma de masacres y
hambre?
Tal
vez no sea vano el hecho de que podamos comunicar de alguna forma, por
cualquier medio, y en cualquier estilo, que es importante y pertinente hincar
más y más nuestra denodada lucha por un teatro que sí sea revolucionario; que
nos corresponda y nos sea típico; por un teatro necesario que en la calle
popularice la protesta y la propuesta social y en las salas agudice el grito
del inconformismo que se ha ido silenciando paulatinamente en los últimos
decenios porque, la dramaturgia contemporánea se ha vuelto muda.
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