El presente no es solamente una conjugación del tiempo; es – y de modo más importante -, la evidencia circunscripta de la realidad actual con el pasado y el futuro y se edifica en las bases de la transformación en espiral, constante e irremediablemente por esencia dialéctica.
No hay un presente inconexo del pasado que se perpetúe sin cambio alguno como si fuera estático y predeterminado por una maquinaria inagotable en su funcionamiento y en su practicidad. Esto quizá, es importante de ser comprendido por el artista para despojarse voluntariamente del velo de la sinrazón que mantiene secularmente, originando una serie de producciones que parecieran flotar fantasmalmente buscando a fuerza de porfía, encajar en un mundo que sólo existe en los negros laberintos de la subjetividad idealista.
Entender el presente no es interpretarlo. El artista subjetivo es perspectivista; guiado por una razón que se cuece en su genio casi empíricamente, enfoca la lente de su creatividad y se imagina situaciones que luego serán aparentes acciones, perjudiciales, pues no transforma sino que deforma, dando a luz el fruto de sus ideas interpretativas como pequeños monstruos adorables que se tragan al mundo.
Al presente le hacen brotar alas y el consumidor hechizado, abrumado, extasiado, se funde perezosamente en “el mundo de las hadas” con la perspectiva de una Alicia en el país de las maravillas, mientras la realidad presente - donde los hombres somos de carne y hueso -, se agita entre la injusticia y la opresión esperando a ser transformada y entendida, desde donde sólo la “perspectiva” es real y no aparente: desde el materialismo histórico y dialéctico.
Tomar el subjetivismo del artista como algo único y especial es equivocado. El artista depende de la naturaleza y la realidad (siempre objetiva) para crear, es su falta de entendimiento lo que le hace deformarla; entender es, contrariamente, hallar en la deformación –del engaño que produce la perspectiva-, la realidad que se esconde o que es escondida bajo el manto de la apariencia.
La facultad principal del arte realista revolucionario no es tanto la de mostrar al mundo “tal cual es” sino, la de plantear las posibilidades de cómo puede ser más allá del cascarón.
En cambio, el arte realista no revolucionario, es decir, el tradicional, es un resultado de la perspectiva burguesa: cómo es para la burguesía la realidad social y sus epopeyas.
Es verdad que el realismo es un acto revolucionario que se alzó en contra del Romanticismo subjetivista, pero igual que éste, el Realismo es el alma y nervio de la filantropía burguesa que no interesa de eliminar las luchas de clases como sí, de mantenerlas pero con menos dolor.
El Realismo es una especie de aparato de fijación en el cual no opera el movimiento: “aceptamos la realidad porque es así, y porque no hay otra que no se pueda conocer”.
Finalmente, evidenciamos que en la realidad actual sigue existiendo la opresión como en el pasado de modo diferente, pero no debe ser así. Y es ahí donde el artista debe contribuir a desenmascarar el engaño, no a mantenerlo. A lo que me refiero es que el artista tiene la virtud de comprender “ciertas realidades escondidas” y llegar a ellas; lograr mostrarlas al mundo elevadas al nivel ideológico del arte y la política y en su proceso de transformación, es lo que le da su grandeza.
L. F. Nikho antipoda2001@yahoo.com.co
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